Intervención del Rector Reunión Rotaria 

Pereira, 19 de septiembre de 2009 

Aprovechando esta ocasión donde un representativo grupo de colegas de la Fundación Rotaria nos honran con su presencia, quiero compartir algunas ideas que hoy por hoy gravitan en el centro de las preocupaciones universitarias. 
Nos ha correspondido movernos en un mundo profundamente cambiante, donde el conocimiento ha renacido con una fuerza arrolladora como el principal factor de progreso y bienestar; ello, naturalmente nos coloca en el centro de las esperanzas de transformación de la sociedad. 

Pero aunque el conocimiento se ha vuelto desencadenante de progreso y el mayor generador de valor, los desequilibrios sociales han seguido profundizándose y el deterioro al medio ambiente continúa amenazando de manera alarmante la suerte de la humanidad. 
El mundo y sus contradicciones es consciente de la encrucijada en que se halla, y a pesar de ello, en el terreno de los hechos, es poco lo que ha logrado hacerse. No obstante, hay que reconocer que cada vez es mayor la preocupación de la sociedad y afloran iniciativas de diversa naturaleza que buscan enfrentar de manera global las amenazas a la sostenibilidad, en particular son de destacar, los objetivos de desarrollo del milenio, el Global Compact, y los principios de ciudanía global corporativa de Naciones Unidas; los acuerdos, cada vez mas envolventes de las cumbres ambientales, además de múltiples iniciativas multilaterales. 

Por el lado de las universidades también la conciencia es creciente aunque con sus particulares espantos. 

Acostumbrados como estábamos a una universidad militante, que todo lo aplazaba a favor de un nuevo orden social, nos tocó enfrentarnos a la necesidad de transformarnos en la marcha o quedar marginados, fuera de lugar, oscurecidos por una sucesiva ola de nuevos paradigmas, conceptos y realidades, que no cesan de fustigar con razón la gestión universitaria. 

Acreditaciones de calidad, competencias, ciclos propedéuticos, formación para el trabajo, indicadores de gestión, innovación, nuevas tecnologías de la información y la comunicación, educación virtual, transferencia de conocimiento al sector productivo, deserción, responsabilidad social universitaria, rankings, propiedad intelectual, patentes, etc.; para no mencionar sino algunas de las más relevantes. 

Todo ello, de manera inescapable, nos arroja a una carrera incesante hacia nuevos modelos, abordajes y conceptos que no dan tregua ni pausa. 

Y esto ocurre, en medio de agresivos incrementos en las coberturas educativas que vuelven a las universidades escenarios de masas, a diferencia de las bucólicas instituciones de élite que dominaron en el pasado reciente. Crecimiento que por supuesto, abulta las dificultades al ingresar a las universidades contingentes humanos con enormes carencias académicas y sociales. 

A lado, de esta transformación cuantitativa y cualitativa de las universidades han emergido o exacerbado contraculturas en contravía de la misión universitaria: Alcoholismo, consumo de alucinógenos, prostitución, delincuencia, etc. 

Es este el panorama actual de la educación superior, que sin ninguna duda reporta diferencias y exige decisión para abordar las tareas con nuevos enfoques y estrategias. 

Pero la tarea de las universidades es inmensa y desborda en sus alcances sus problemáticas internas. 

Siendo el conocimiento el motor transformador por excelencia, las instituciones educativas deben trascender de la simple formación de profesionales para avanzar hacia otros ámbitos y dominios que permitan incidir en la sociedad para transformarla en términos del desarrollo humano. 

Hay que correr el velo que por mucho tiempo nos distancia de lo real, y penetrando el acontecer social, formularnos con franqueza algunos interrogantes y tratar de resolverlos: 

¿Somos conscientes de los impactos que estamos provocando en lo positivo o en lo negativo? Francamente muy poco; más bien hemos estado lejanos de las verdaderas dinámicas sociales que actúan en la sociedad y la modelan, cuando no encerrados en un autismo paralizante. O quizás lo que es peor responsabilizando a los demás, una cómoda práctica que suele tener asiento en los humanos. 

¿Tenemos alguna responsabilidad en la construcción de una cultura que no respeta la vida de los semejantes? 

¿Tendremos alguna responsabilidad por acción o por omisión, con el desinterés de la sociedad por la naturaleza y el medio ambiente? 

¿Será posible que la violencia, el narcotráfico, la prostitución infantil, la corrupción, el irrespeto a la ley, entre muchas otras sean conductas y culturas, de las que somos ajenos por completo? Creemos que no. 

¿Será normal que una sociedad no asuma compromisos cuando una gran parte de ella está en condiciones de pobreza e indigencia; y cuando la primera infancia que sobrevive llega a los ciclos de la educación formal malnutrida y por supuesto con daños irreparables? 

¿Cómo vamos a aportar al cumplimiento de los objetivos de desarrollo del milenio? 

¿Será que la competitividad de las regiones es un asunto solo de los Gobiernos y los empresarios, mientras las Universidades pasan de lado como observadores? Por supuesto que no, ellas no solo deben involucrarse sino aportar a ella. 

¿Será que el calentamiento global no nos compete? 

¿Nos quedaremos de historiadores y comentaristas del desastre? 

El mundo tiene enormes e inmensos problemas que no pueden pasarnos por el lado sin pena ni gloria. 

La educación en todos sus niveles tiene que plantearse interrogantes y dilemas de esta naturaleza, y desde luego actuar en consecuencia. 

La pertinencia y la responsabilidad social hay que examinarlas a la luz de estas temáticas. 

No es una tarea sencilla, hay que moverse con sabiduría enfrentando y resolviendo tensiones de diverso orden que complejizan la acción; permítanme mencionar algunas: 

1. Calidad y acceso universal 
¿Cómo atender el dilema de lograr la excelencia cuando cada vez llegan a las universidades jóvenes con mayores carencias académicas? 

Como lograr que una vez ingresados estos jóvenes sobrevivan en las Universidades? 

¿Cómo seguir creciendo las Universidades, con modelos de formación que cuiden la calidad? 

2. Calidad y equidad social regional. 
¿Cómo lograr el acceso a la educación de los jóvenes de la Colombia rural sin deteriorar la calidad? 

¿Cómo darles a los colombianos de manera real la igualdad de oportunidades? 
3. Pertinencia y demandas de los usuarios de la educación. 
¿Cómo manejar las asimetrías entre las ofertas académicas pertinentes y la demanda de los jóvenes? 

¿Cómo incidir en las tendencias predominantes de intereses de los jóvenes para que se formen en lo que más conviene al desarrollo en términos de equidad y sostenibilidad? 

4. Pertinencia y excelencia 
¿Cómo estimular las disciplinas estratégicas para el conocimiento como la ciencia básica y la formación de maestros para que acudan a ellas los mejores perfiles académicos y no sean carreras de descarte? 

5. Autonomía y financiación. 
¿Cómo ejercer la autonomía de manera plena sin resolver los problemas de financiación? 

¿Cómo hacer lo que se debe y no lo que se puede venciendo las limitaciones de orden económico y político? 

No obstante que a veces es ardua la tarea, las universidades se están moviendo de manera innovadora dentro de sus capacidades para asumir los nuevos retos; es verdad que apenas estamos despertando, pero lo importante es que ya estamos en marcha. 

Es mucho lo que la relación Universidad-Empresa- Estado-Sociedad Civil puede proveer en oportunidades para el accionar universitario en términos de pertinencia y responsabilidad social. 

Los planes de desarrollo de los entes territoriales, los de competitividad y los de las Universidades deben articularse y fortalecerse mutuamente. 

Los propios planes de desarrollo de las universidades deben ser oportunidades para interactuar con la comunidad al más amplio nivel. La labor educativa debe trascender los linderos de los campus y llegar a todos los actores propiciando la construcción de nuevas visones y capacidades. 

La investigación, sin abandonar la ciencia básica, debe enfatizar la aplicada atendiendo a las necesidades regionales; tanto en lo productivo como en lo social. 

Las ofertas académicas no solo deben moverse con las señales del mercado, sino que deben apuntalar las apuestas de competitividad y de desarrollo humano. 

Las comunidades universitarias deben bajar del Olimpo e involucrarse con la sociedad. 

Las universidades deben romper su silencio y ejercer su pensamiento crítico con libertad, pero a la vez deben arrojar luces sobre futuro y propuestas de política pública a los Gobiernos. 

Los grandes problemas de la humanidad y las estrategias para enfrentarlos deben atravesar los currículos visibles y ocultos de las universidades. 

Las universidades deben contribuir a la comprensión del proceso de transformación social global con características negativas que está emergiendo y suscitar el debate global sobre la imperiosa necesidad del cambio. 

Las universidades deben construir el conocimiento que sustente el funcionamiento de la sociedad responsable. 

Las universidades deben formar a los nuevos líderes sociales con las adecuadas competencias para conducir la sociedad hacia la responsabilidad social y por ende hacia el desarrollo humano. 

Y esto no podrá hacerse debidamente sino aprendemos a leer las realidades de las culturales emergentes, a reconocerlas y a intervenirlas con nuevos e innovadores abordajes. 
A todo lo anteriormente descrito es a lo que llamamos responsabilidad social en el ámbito de las Universidades pero que tiene sentido solo si en el más amplio concepto de la Educación y sus Instituciones, formales e informales, asumimos una nueva visión que la haga coherente. 

Asumiendo de mazero informal en esta reunión Rotaria, voy a concluir trasladándoles un hermoso texto del Intelectual Colombiano William Ospina, leído hace poco en la clausura del Seminario sobre Metas 2021 de la Organización de Estados Iberoamericanos. 

“Una cosa es la Educación y otra es el sistema escolar. Por momentos coinciden, pero la educación comienza mucho antes de la llegada de los niños a las aulas. Por eso tiene tanto sentido la frase de Bernard Shaw: “Mi educación se vio interrumpida con mi ingreso a la escuela”. 

La primera forma de enseñanza es el ejemplo, y lo más importante es la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Kafka veía con alarma que su padre les prohibía a los hijos exactamente todo aquello que él se permitía hacer en la mesa y en la vida, y de allí nació su crítica espantada a las arbitrariedades de la patria potestad. Nuestros primeros educadores son padres, parientes, amigos, gentes desconocidas en las calles, autoridades, gobernantes, medios de comunicación. 

A menudo, cuando un niño llega a la escuela, los rasgos fundamentales de su educación y acaso de su existencia ya están trazados. Y así como existen influencias también existen vocaciones, aquello que en la fisiología y la sensibilidad nos predispone a determinados temas y disciplinas. Por eso es tan importante que desde la primera etapa de la vida se nos escuche y no sólo se nos enseñe. Ver a un niño como un cántaro vacío que hay que llenar de cosas, de información, de deberes y rigores, es olvidar que en cada instrumento existe ya la pauta de un sonido, que hay maderos que contienen canoas y maderos que contienen guitarras. 
Un buen maestro no es sólo quien sabe hablar sino sobre todo quien sabe escuchar, el que descubre qué potro está encerrado en el bloque de mármol. Y por eso es tan nociva la sobreexposición a los medios de comunicación, que siempre hablan y nunca escuchan, y que sobre todo son incapaces de escuchar lo tácito, lo que todos decimos sin hablar. 

El aprendizaje de nuestro propio valor, de nuestra propia dignidad, es lo primero. Nunca llegará a saber nada el que no sabe de sus propios derechos y posibilidades. Por eso la educación que tiraniza y que irrespeta, la educación que masifica, es fuente de todos los fracasos y todas las violencias. Por ello la educación no es simplemente la solución a los problemas de la sociedad: a veces es el problema. Puede educarnos en la exclusión, en el racismo, en el clasismo, en las manías de la estratificación social. Sólo cierto tipo de educación forma realmente individuos y forma ciudadanos. 

Es ingenuo pretender que si el niño llega a la escuela ya hemos cumplido nuestros deberes con él: también hay que preguntarse qué escuela es esa y en qué tipo de sociedad está levantada. Acabo de leer el informe que una revista trae esta semana, sobre niños muertos de miedo de tener que ir a la escuela, porque para llegar tienen que atravesar entre las balas. El país es una gran escuela en la que crecen las escuelas pequeñas, y si todo es un campo de guerra, donde la única oferta de empleo para los muchachos es la violencia pagada por todos los ejércitos, de poco sirve que en la escuela se alternen los discursos de Platón y de Cristo. 

Lo primero que tenemos que aprender es a no hacer trampa, a respetar a los otros, a respetarnos a nosotros mismos, a tener un sentido de comunidad, a apreciar el valor del trabajo. Sentirnos pertenecer a una memoria, a un territorio, a un sistema de valores. ¿Están nuestra sociedad y nuestra escuela formándonos en esos principios? Que la gente haya tenido una costosa educación no significa que sea bien educada: parte de la violencia que padecemos no es fruto de seres iletrados; basta ver los foros de los periódicos para entender que hay gente que escribe con odio y con violencia; uno de los mayores males de nuestras sociedades, la corrupción, suele ser obra de gentes que lo han tenido todo, incluidos títulos universitarios. 

He dicho que primero aprendemos por el ejemplo. En segundo lugar, creo que aprendemos por el diálogo. Éste no sólo nos inicia en el conocimiento de que existe una verdad, sino en la conciencia de que podemos interrogarla, matizarla, atrever opiniones. El diálogo estimula la curiosidad y el deseo de saber. Y allí podemos percibir la importancia de las artes en la formación de nuestra sensibilidad, de nuestra honda humanidad. Enmanuel Kant dejó escrito que la más importante de las artes es la conversación porque en ella intervienen la memoria, la inteligencia, el carácter, la sensibilidad, el conocimiento de los otros, la imaginación. En ese arte los amigos son nuestros maestros, y los maestros son nuestros amigos. 

En tercer lugar está, por supuesto, la lectura. Los planes de alfabetización a veces olvidan que la lectura supone por lo menos tres elementos: el desciframiento, la comprensión y la crítica. Conozco personas que pueden deletrear, descifrar un texto y que sin embargo no lo comprenden. Basta oír a alguien leer en voz alta para saber si está comprendiendo lo que lee. Y cuando hablo de comprensión hablo a la vez de entender un texto y de sentirlo. 

Hay personas que me han confesado que entienden un poema cuando lo leen, pero que sólo lo sienten cuando escuchan a otra persona diciéndolo. Porque hay una carga de emoción en los textos, y no sólo en los textos poéticos, un contenido de belleza, de sentimiento, de pasión, de deleite o de maravilla, que va más allá del mero entender, que exige la participación de las emociones, que está gobernado por el ritmo y si se quiere por la música. 

Finalmente, la lectura verdadera tiene que ser capaz de críticar, de dialogar con el texto, de atrever objeciones, de construir a partir de él opiniones propias, otras alternativas, otros sentidos y desenlaces. ¿En qué parte de la educación formal está incluida la formación de la sensibilidad y del criterio? Queremos una educación que nos haga buenos profesionales y buenos operarios, pero sobre todo necesitamos una que nos haga valientes ciudadanos, y lúcidos seres humanos. ¿Quién nos enseña a tener opiniones propias, serias, razonadas? ¿Quién nos educa para no ser veletas bajo la manipulación de tantos poderes e intereses que hoy controlan el mundo? ¿Cómo formar parte de una civilización y no de un reducto de intereses o de un campamento de supervivencia? ¿Cómo pensar y vivir en función del engrandecimiento de una sociedad y no de la defensa mezquina y a veces suicida de un mero proyecto personal o gremial? 

A partir de cierto momento la educación sólo puede ser activa. Compartir conocimientos, investigar, crear y hacer. La investigación, la experimentación y el trabajo son altos instrumentos, pero sólo pueden servirnos si esa primera educación que nos hace humanos y ciudadanos se ha cumplido con coherencia y con profunda responsabilidad.” 

Estimados Compañeros Rotarios, están ustedes en la Universidad Tecnológica de Pereira, la obra más importante de nuestro Club en nuestra ciudad, fundada por quien fue a la vez fundador del Club, Jorge Roa Martínez. Quizás por ello me sentí tentado a hacer una intervención, un poco fuera de lo común, pero que se anida con comodidad en el alma Rotaria. 

Muchas gracias, 

LUIS ENRIQUE ARANGO JIMÉNEZ 
Rector 
Universidad Tecnológica de Pereira

Fecha de expedicion: 2009-09-19