CONCLUSIONES: Perteneciendo a una época de incertidumbre y desorden, signada por los delirios del pensamiento, la insensatez de los comportamientos, la melancolía y la muerte, Montaigne se esfuerza por protegerse de las amenazas de su siglo como condición sine qua non para alcanzar su propio contento. Cuando la confusión general de las vanidades, las pasiones y las quimeras inventadas por los hombres le niegan las seguridades que su pensamiento y su existencia reclaman, el estudio de "J'homme en general", "I'homme en gros", es una necesidad. Provisto de un pensamiento y un método filosóficos, se aplica a la observación de los comportamientos humanos concretes. Sus búsquedas se despliegan sobre los pianos antropológico y psicológico delineando un nuevo estatuto del sujeto. El investigador del ethos con sus preocupaciones morales no apunta a la construcción acumulativa de un saber impersonal, sino a proveerse de una ética, es decir, a encontrar la manera de construirse a él mismo para gozar de su propia existencia. Sin certeza alguna, sin formas substanciales, sin un fin supremo, su pensamiento y su sensibilidad le avocan permanentemente a ensayarse, a cambiar de posición cada vez que desvela las imposturas de sus propios ensayos. Siempre presente, la incertidumbre de su pensamiento - el escepticismo -, es un gozne que hace girar su moral y su ética sobre un mismo eje. La nueva manera filosófica compuesta para el estudio de los hombres y de él mismo, permite considerar que el autor de los Ensayos es el artífice de una moral y una ética modernas. Roturar a una filosofía o a un prensador con el término moderno es una empresa no libre de riesgos. J-P. Margot, en su obra Modernidad, crisis de la modernidad y postmodernidad, hace evidente la necedad de diferenciar el sentido de modernidad entendida como lo nuevo respecto a lo viejo, de la modernidad como el nombre dado a un tipo de sensibilidad y a un modo del pensamiento. Cuando nos referimos a la ética moderna de Montaigne, consideramos que lo es en la medida que no se erige sobre presupuestos universales, metafísicos o religiosos. Es moderna porque se limita en su génesis y en sus alcances al mundo de los hombres, un mundo pensado sin el referente divino, pleno de contingencias y sin certezas. El expone sus elaboraciones como simples opiniones, fantasies, humanas, siempre indecisas, no protegidas de las dudas ni de las disputas; sus opiniones son sus creencias y no lo que cree según Dios. Sin certezas huye a la irresolución siguiendo el sentido práctico de otros hombres, como única posibilidad para orientar sus acciones sociales. Separa radicalmente el dominio público de su dominio individual; en cuanto es miembro de una sociedad le es necesario actuar de acuerdo con el orden de las leyes, respetar las costumbres, huir de las extravagancias. Pero en lo individual le es necesario construirse a si mismo, dotarse de referentes propios, ir de acuerdo a su ethos, fijar siempre la mirada en si mismo.
La moral y la ética modernas de Montaigne se soportan sobre su escepticismo que no es equivalente al de la Antigüedad y es imposible asemejarlo al escepticismo epistemológico de los últimos siglos; no hay otro escepticismo como el suyo. Si se toma como referente el escepticismo antiguo sin las precauciones necesarias para tipificar los escepticismos renacentistas, el resultado puede ser impertinente. El escepticismo no es una doctrina y los pirronismos renacentistas difieren tanto de los antiguos como los estoicismos de los siglos XVI y XVII difieren del estoicismo de Zenón, Cleantes y Epicteto. El escepticismo montaigniano es inédito en cuanto es una composición, es el efecto de una reunión acumulativa de varios y diferentes elementos: la mirada de los humanistas sobre el escepticismo antiguo, las tendencias escépticas tan de moda desde fines del siglo XV, su cristianismo de fe, su noción de naturaleza, su noción de razón, su filosofía de los conocimientos.