I Encuentro Nacional Sobre Políticas Institucionales Para el Desarrollo de la Lectura y la Escritura en la Educación Superior
Resumen:
La labor en el campo de la didáctica de la lengua se fundamenta en la mejora de los procesos
comunicativos de los educandos. Este proceso de mejoramiento supone trabajar, entonces, la
dimensión productiva (hablar y escribir) y la comprensiva (leer y escuchar), entendidas en un
sentido amplio; esto teniendo en cuenta que el ser humano, en su condición de ser sígnico,
interactúa con diversos sistemas de signos, ya sea como productor o como receptor. En este
orden de ideas, el trabajo en lengua implica, entre otros aspectos, abordar la lectura con el
fin de potenciar esta habilidad comunicativa en los estudiantes, de tal forma que el objetivo
del área en este tema apunta a alfabetizar plenamente a los estudiantes, esto es, asegurar que
todos tengan las oportunidades de apropiarse de la lectura como herramienta esencial de
progreso cognitivo y de crecimiento personal (Lerner, 2001); lo cual equivale a formarlos
como ciudadanos de la cultura escrita, esto es, hacerlos verdaderos practicantes de la lectura
y la escritura. Desde este planteamiento, la alfabetización -uno de los fines de la educación
lingüística- es un proceso permanente que desborda los límites espaciales y temporales de la
escuela, dado que dura toda la vida: “Esta alfabetización en sentido amplio, o conocimiento
letrado, avanza en sus saberes y desempeños a medida que se va encontrando con hechos de
lectoescritura más complejos” (Marín, 1999:34). Así, la lectura no es únicamente lo que se
aprende en los primeros grados, asociada normalmente a la decodificación de signos gráficos,
“sino una actividad continua del individuo en la sociedad, un desempeño de sus competencias
comunicativas por medio de la palabra, y ese desempeño está siempre en vías de ser mejorado
y ampliado” (Ibíd., 34). Es en este sentido que se hace necesario formar al individuo como
ciudadano de la cultura escrita, de tal forma que llegue a ser lector (y escritor) autónomo y,
en consecuencia, pueda desenvolverse con suficiencia como receptor (o productor) de textos
escritos, sin importar la situación comunicativa de la que sea copartícipe.