Discurso del Rector en el Foro de ASCUN

UNA TRANSFORMACIÓN EN MARCHA

Barranquilla, 26 de marzo de 2009 

Los últimos veinte años han transformado profundamente a las universidades colombianas en todos los aspectos, pero muy especialmente en el que se relaciona con la investigación. En los comienzos de la década del 80, ésta era prácticamente exótica y muy pocas universidades reportaban algunos proyectos al respecto. 

Recordemos que los primeros doctorados en el país apenas se aprueban para la Universidad Nacional de Colombia en el año 1986, hace un poco más de veinte años, y que ello abrió el camino para que otras universidades fueran incorporando, de manera gradual, esta modalidad de formación, premisa fundamental para que las actividades científicas pudieran surgir y fortalecerse de manera sistemática. 

Indudablemente la formación doctoral de colombianos en el exterior y en el país, que aumentó la masa de investigadores y las actividades de investigación, ha incidido para que hubiéramos crecido en este campo de manera importante, aunque no en los volúmenes deseados; y sobre todo, este relativo progreso, aunque ha transformado las universidades, sacando a muchas de ellas de su condición de universidades de docencia, acercándolas a una nueva condición de universidades de docencia e investigación, no ha logrado verse aparejado con una influencia tangible e importante en el sector real de la economía, para producir bienestar y progreso social. Podríamos decir que hemos hecho ciencia para la ciencia o para los investigadores, pero no para la sociedad. 

Esto nos ha ocurrido cuando en el mundo, los procesos productivos y sociales han migrado cada vez más hacia escenarios donde el conocimiento científico y tecnológico se vuelve insustituible para generar valor, y donde la competitividad se hace indispensable para que los países puedan remontar sus índices de crecimiento, y abrirse paso en un mundo cada vez más interdependiente y globalizado. 

Hoy en día a las universidades no sólo se les pide profesionales; se espera que ellas impacten la sociedad y la economía, contribuyendo a transformarlas. No de manera diferida a la acción de los profesionales que de ellas egresan, sino de manera permanente y continua a través de las llamadas funciones sustantivas: docencia, investigación y extensión. Esta última, la extensión, repotenciada en su alcance y conceptualización, más próxima a lo que se llama responsabilidad social universitaria; una nueva misión que debe entenderse en términos de transformación de la sociedad hacia metas de inclusión social, sostenibilidad ambiental y competitividad. 

Las universidades emergen, cada vez con más fuerza, como centros que deben irradiar conocimiento aplicado y transformador. 

Este es el panorama que enfrentan las universidades y su mayor reto ahora es encontrar las claves que nos permitan afrontar con éxito esta nueva visión del devenir universitario. 

No somos pues simples espectadores del acontecer, estamos llamados a incidir con el conocimiento transformador en el futuro del país. 

Solemos disculpar nuestro atraso con relación a la transferencia de conocimiento útil, en la ausencia de una política consistente en materia de ciencia, tecnología e innovación, que no ha permitido tener niveles adecuados de inversión en ellas. 

También, decimos que la sociedad no aprecia el papel de la ciencia, la tecnología y la innovación como motor de desarrollo y que por consiguiente ni los empresarios, ni los ciudadanos se han preocupado por ellas, arrojándolas a la marginalidad. 

Este discurso, válido, y que nos sirvió de burladero durante mucho tiempo, empieza a perder vigencia frente a los nuevos hechos que definitivamente muestran avances evidentes en la dirección de sintonizar el país y sus fuerzas productivas con los temas de la ciencia, la tecnología y la innovación. Hay que reconocer que atravesamos un período especial de reconciliación con estas temáticas, que existe conciencia creciente en el Gobierno y en la sociedad sobre el papel crucial de la ciencia, la tecnología y la innovación en el progreso nacional, evidenciado en la multitud de iniciativas y programas en curso. 

Los planes y programas del Gobierno no cesan en hacer llamados en esta dirección: el Plan de Desarrollo vigente; la propuesta Visión Colombia II Centenario 2019; la agenda interna; el Plan Nacional de Competitividad; los Planes regionales de Competitividad, la política de ciencia, tecnología e innovación en discusión, con propósito de convertirla en documento CONPES y finalmente la Ley 1286 de 2009, la nueva ley de Ciencia y Tecnología que representa un salto largo del país en la dirección de superar las debilidades precedentes no deja duda que esto se vino en serio. 

Bien significativo además resulta, que esta ley se haya abierto paso en el Congreso con tanta facilidad, al punto que logró aprobarse por unanimidad, ganando adeptos en todas las orillas; prueba fehaciente del nuevo clima que permea la sociedad colombiana. Naturalmente que ello no hubiera sido posible sin la inteligencia, persistencia y maestría con que actuaron el representante a la cámara Jaime Restrepo Cuartas y la senadora Martha Lucía Ramírez, quienes presentaron el proyecto y lo gestionaron de principio a fin. A ellos, el país les debe un reconocimiento. 

Es indudable que esta nueva ley de Ciencia y Tecnología debe constituirse en la plataforma de lanzamiento que nos permita trascender las actuales relaciones entre actores para encontrar las sinergias y los recursos que nos permitan potenciar los esfuerzos del Estado, de las universidades y centros de investigación, y de los empresarios y la misma sociedad hacia escenarios de trabajo eficientes que nos auguren progreso y resultados en términos de competitividad nacional. 

La reglamentación de esta ley y del fondo autónomo que ella crea, permitirá continuar dando los pasos necesarios para mejorar sus alcances; todavía quedan algunos capítulos inconclusos o no abordados que requieren trabajarse. Quizás uno de los más importantes sea lo regional. Los sistemas regionales continúan muy débiles y circunscritos a lo departamental.

Es importante evitar la macrocefalia que tiende a concentrar los recursos en aquellos sitios con más tradición de investigación perpetuando el desequilibrio. Hay que buscar desarrollar todas las regiones en términos de investigación y transferencia. 

Es necesario igualmente volver sobre conceptos más amplios de región que permitan aglomerar los territorios y sus potencialidades. Las normas que se construyan deben privilegiar la asociatividad como un elemento favorecedor. 

Las redes y las asociaciones son indudablemente un camino necesario a transitar si queremos desarrollar las regiones y lograr que las instituciones pequeñas o medianas puedan avanzar en ciencia, tecnología e innovación. En este campo las estrategias de internacionalización son referencia para crear redes de gran valor al crear sinergias entre sus miembros, hay que aprender a sacarle mayor provecho a la movilidad institucional enfocando la gestión a resultados medibles en la línea de los planes de desarrollo de las universidades. 

Las ofertas de postgrados en red son una vía plausible que permitirá avanzar de manera rápida en la formación de los investigadores que requiere el país, compartiendo las fortalezas de las universidades. Nos hemos impuesto metas ambiciosas en formación doctoral para los próximos años, ellas no podrán cumplirse si no apelamos a modelos innovadores. Las redes son un aliado insustituible en esta tarea. 

Lamentablemente el país no ha comprendido la potencialidad de las redes y a veces se reciben señales contradictorias; hay pues una excelente ocasión para abordar éstos y otros aspectos definitivamente cruciales tomando como punto de partida la nueva ley. 

Pero quizás, lo más alentador de este nuevo ambiente sea la gran disposición de los empresarios nacionales para encontrar esquemas de trabajo cooperado con las universidades y centros de investigación, y con el Estado que permitan la transferencia de conocimiento útil. 

Si alguna lección hemos aprendido de procesos transformadores en otros países, es la importancia de generar acuerdos y consensos sociales de vasto alcance para impulsar propósitos comunes. Alinear la sociedad a través de sus voceros en la búsqueda de objetivos compartidos, debe volverse un propósito de Estado. 

En este sentido se están haciendo algunas cosas importantes en términos de la relación Universidad-Empresa-Estado en el país, que merecen difundirse, apoyarse y replicarse hasta donde sea posible. 

En particular, los comités Universidad-Empresa-Estado que se han venido instalando en las regiones con el apoyo del MEN se convierten en una promesa para avanzar en la perspectiva de una real interacción con el sector productivo, donde la universidad y los empresarios encuentren el eslabón perdido. El Comité de Antioquia, con la Universidad de Antioquia a la cabeza, ha sido el pionero y de él hay mucho que aprender. De hecho, los demás comités como el de Bogotá Región, el de los Santanderes, y el del Valle del Cauca, han bebido de su experiencia. 

Lo mismo puede decirse, de aquellos que dan los primeros pasos como el comité del Eje Cafetero, y los de la Costa Caribe, el Tolima y el de Nariño-Cauca. 

Las regiones empiezan a desperezarse y asumir con decisión la relación Academia-Empresa-Estado como una causa común. 

En esta dirección hay que mencionar el éxito que está teniendo el programa de Formación de alto nivel en gestión estratégica de la innovación ofrecido en seis regiones por una red de universidades encabezadas por la Universidad del Rosario, con el patrocinio de Colciencias, el Sena y la OEI y que servirá de acelerador en la conformación de esta instancia de encuentro con el sector productivo. 

Un total de 240 empresarios con vocación innovadora, 40 por región, están formándose en competencias para la innovación con resultados extraordinarios. El programa que inició el año anterior, y que ha contado con expertos internacionales de alto vuelo, finalizará a mediados de año con al menos 26 proyectos concretos de innovación en cada región. 

No me cabe duda que estos empresarios hacen parte de los recursos humanos naturales con que contamos para fortalecer y acabar de concretar en las regiones los comités Universidad-Empresa-Estado. 
Pero no solo los empresarios están asumiendo compromisos; los entes territoriales de manera creciente incorporan en sus planes de desarrollo y en las políticas públicas los temas de la ciencia, la tecnología y la innovación; incluso en algunos se empiezan a crear instancias administrativas al más alto nivel para su manejo; si antes fue Antioquia donde dieron el ejemplo, ahora estamos viendo el ejemplo cundir en otras latitudes. 

El emprendimiento se ha vuelto bandera general que ahora apunta de manera transversal a toda la sociedad. Se empiezan a construir modelos de acción con Colciencias, los entes territoriales y las universidades para apalancar proyectos estratégicos en los temas del emprendimiento. 

Un buen aliado lo constituye la posibilidad que tienen ahora el fondo común de regalías para apalancar proyectos de ciencia y tecnología que hagan parte de los planes de desarrollo. 

No podría tampoco ignorar la siembra que se hace en los niños y jóvenes desde hace algunos años con el apoyo de Colciencias para formarlos en la cultura de la investigación, a ello contribuyen el Proyecto Ondas, Pequeños Científicos y los semilleros de investigación que vienen expandiéndose de manera muy promisoria. 

Considero que se están abriendo las puertas para promover una gran transformación en Colombia en términos de ciencia, tecnología e innovación y su debida repercusión en la competitividad y en la solución a los problemas de la sociedad. La hora de los lamentos ha quedado atrás, se precisa de un gran entusiasmo para ayudar a crear las nuevas reglas del futuro en estas materias. 

En síntesis, las universidades tenemos un nuevo reto: el de trascender el enfoque tradicional de eficiencia, cobertura y calidad soportado en los procesos “misionales” de docencia, investigación, extensión y bienestar, para incorporar en serio y de forma innovadora la gestión del desarrollo en todas sus facetas, ello implica armonizar los planes de desarrollo de las universidades con las demandas regionales. 

Con lo anterior, los centros de conocimiento debemos ser ahora líderes y voceros de la transformación social, superando de fondo las todavía existentes torres de marfil, que tienden a maximizar el bienestar de unos pocos en detrimento de la sociedad, que reclama la intervención audaz en los problemas que la aquejan, como el desempleo, la violencia, la baja perdurabilidad y competitividad de su sector productivo, las altas tasas de morbilidad y la sostenibilidad del planeta. 

El nuevo papel y compromiso es claro: contribuir en la trasformación de la sociedad. 

Muchas Gracias, 

Luis Enrique Arango Jiménez
Rector 
Universidad Tecnológica de Pereira

Fecha de expedicion: 2009-03-26